Las emociones en el mago

El Mago debe atravesar el plano astral para permitírsele el acceso a los reinos divinos. A diferencia del místico, primero debe conocer cada recoveco de la emocionalidad trabajando en esas esferas como ningún humano común. Indefectiblemente muchos magos se vuelven esclavos por los efectos de sus trabajos en ese campo. Es un tan bosque tan tupido y hermoso que una vez atravesado, ¿cómo dejarlo atrás para adentrarse al desierto abisal que conduce hacia la divinidad? 
 
Para recorrer este camino es preciso entender cómo operan las emociones en el individuo. El mago lo entiende, pero detenerse demasiado en esas áreas puede hacerle olvidar las leyes básicas que sostienen el plano en su totalidad.
 
Las emociones son independientes del animal humano, pero habitan en él de la misma forma que lo hacen las bacterias y los gérmenes: algunos resultan útiles y otros perjudiciales. El sendero mágico involucra una profundización y potenciación de las energías emocionales; como un vampiro recién nacido, no son sus sentidos, sino los estímulos quienes se vuelven potentes, no es él, sino las cosas quienes se tornan incómodamente nítidas: sabores, olores, sonidos, texturas, colores, pensamientos... Todo se magnifica mostrando sus surcos más sutiles. Es así como lo supuesto se vuelve ahora evidente, saltando a la percepción del mago. 
 
Todo este proceso de transformación es tan gradual que no seria posible dar cuenta del mismo, salvo por la interacción del mago con el hombre común. Pronto aparecen los panteones, llenos de dioses y demonios de todos los tipos imaginables, entidades distinguibles del plano astral, de la energía emocional que hasta ese momento sólo había sido considerada mediante empobrecedores nombres que el sistema y la convención provee como modo de identificación: amor, odio, frustración, entusiasmo, y variantes de éstos. 
 
Los dioses no son más que emociones benévolas, como la felicidad; los demonios no son más que emociones originarias y primitivas, como el miedo. 
 
A través de diversas formas y sistemas mágicos, estas emociones son accesibles por el mago de un modo jamás antes imaginado y, dado que es su vibración emocional la causante de los cambios concretos en su ambiente y circunstancias, es evidente que el control y conocimiento del plano astral se hace vital para reestructurar la forma de su vida concreta en concordancia con una Voluntad que al mismo tiempo busca comprender. Lo mismo sucede con la religión, en el fondo es la posibilidad de transformar la propia vida a través de procesos invocatorios de dioses y/o demonios específicos para el mismo fin.  
 
La compleción espiritual y psicológica aspira primero a dominar el plano astral, para luego dejarlo atrás. Abandonarlo antes de dominarlo es un error y eso lo sabemos todos los magos. Dominarlo y olvidarse de que lo fundamental fue simpre liberarse de él, comprende el mayor de los desaciertos en la magia. 
 
El compromiso para con lo emocional por parte del mago es conocido como el Inframundo de la mitología antigua; el Descenso de Inanna revela la manera en que el mago se conduce hacia las raíces mismas del plano astral, donde sucede su propia destrucción para luego ascender transformado, no reconociéndose más a sí mismo en muchísimos aspectos. 
 
Este acto de suicidio espiritual es llamado por muchos la muerte mística. El descenso de Inanna recuerda al mago que el tramo final consta inicialmente de su propia destrucción en el plano astral, para luego realizar un ascenso rápido que lo saque completamente de ese lugar. Ninguna entidad astral, ningún dios o demonio, asistirá al mago en el tramo final: ni en su completa destrucción, ni en su ascenso. Es él un recurso valioso para todas las entidades con las que ha colaborado por un buen tiempo, muchos demonios han sido elevados gracias a él, muchos dioses han inferido en el plano humano gracias a él y no le van a permitir abandonarlos.
 
El mismo tratamiento que realiza el mago para con el plano astral se aplica al Yo, pues para él, el Yo pertenece a la misma sustancia astral que los dioses y demonios. De ahí que sea posible la «asunción de la forma divina», la cual es una práctica esotérica realizada por muchas escuelas que trata de la identificación del Yo con el dios o demonio invocado; y para que uno (Yo) pueda identificarse con el otro (dios o demonio), ambos deben ser del mismo mundo, del mismo plano. Aquí hemos dado nuestra visión y concepto sobre la entidad astral llamada Yo.
 
Queda muy claro lo difícil que es para el Iniciado encontrar su Verdadera Voluntad para luego someterse a ella contra un Yo constituido de materia astral, con una densidad capaz de volver muy tenue la voz de la Verdadera Voluntad, cuya energía es mayor pero de menor densidad. 
 
Las escuelas y lineamientos mágicos —con sus agrupaciones, órdenes y clanes— buscan cierta independencia del sistema de creencias que gobierna la masa humana, operan como células semi-independientes pretendiendo reconfigurar su materia emocional para, como dijimos más arriba, volverla un espejo capaz de reflejar la Verdadera Voluntad. 
 
(...) La operatoria a través de los planos astrales en concordancia con la Voluntad es un viaje casi a ciegas. Los famosos peligros son siempre los mismos: ser absorbido por el mundo astral convirtiendo a sus entidades en los directores inconscientes de la vida y sus decisiones. Las justificaciones y razonamientos, siempre postreros, convencerán a la alucinación del cerebro llamada Yo de que «ese es el camino».
 
Fragmentos extraidos de Las Tablas de Marfil del Cuervo
Ficciones, Edición Dispersa

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