El cuerpo mental

En nuestra división del cuerpo humano, el primero y más fácil de comprender en relación a los dos restantes, es el cuerpo mental. Allí habita lo que llamamos cerebro.

En el trabajo de Aries vimos cómo los pensamientos buscan acabarse y esa es la primera razón por la cual son indomables, ya que lo que intentan es resolver ecuaciones imposibles a través de los condicionamientos. Es decir, insertamos en el cerebro problemáticas con premisas inconducentes y lógicas imposibles. De este caldo de cultivo aparecen las yeguas devoradoras de hombres. Una de las más básicas, simples y fáciles de detectar es el anhelo, pero hay muchas más. Por ejemplo el poder de condicionamiento que sobre nosotros tiene el lenguaje, el cual no podremos desenmarañar mientras no profundicemos en su nivel de separatividad. Otro ejemplo son las creencias arraigadas en impresiones de la infancia.

Todo ello habita en nosotros desde bastante antes de comenzar siquiera a cuestionarnos seriamente qué o quiénes somos. Cuando el cerebro emite una carga enorme de pensamientos rulo o fragmentarios, nos está pidiendo ayuda, pide de nosotros acción conjunta porque sólo no puede con el proceso. La reacción más primitiva ante este huracán mental es la adherencia o el rechazo, separar la paja del trigo, descartar unos pensamientos y afirmarte en otros. Este es un proceso que nos desgasta y al mismo tiempo resulta muy inútil. El cerebro dice: ¡No, hombre, no me entendés, necesito ayuda, no tu voto!

En el mejor de los casos, buscas resolver una parte de los pensamientos que optas por no rechazar, pero ese resolver siempre es muy sospechoso, porque termina imponiendo nuevos pensamientos a los que ya estaban molestando. Es como decirle al cerebro: ¡No podés con esos, probá con estos otros! Un tiempo el cerebro se entretiene con la nueva ecuación hasta que vuelve a llamarnos la atención al encontrarse nuevamente en un callejón sin salida.

Hay momentos donde el cerebro emite una alarma muy fuerte, ya que está harto de no captar la atención que requiere, y aparecen desequilibrios inhabilitantes. En el hipocondríaco se ve muy bien esto, el hipocondríaco sufre de un anquilosamiento mental tal que busca refugio sólo en el pensamiento proveniente de fuera, aquí directamente huye la persona de su cerebro. En el primer caso se metía a separar paja de trigo, en el segundo a poner parches, en este tercero, el cerebro está en llamas y busca ayuda en otra parte. El hipocondriaco es víctima de una fijación clara, «Tengo un problema en la rodilla izquierda», le es imposible tratar el tema, no registra nada de lo que provenga de su cerebro y va corriendo a que alguien, un médico comunmente, le confirme que no es la rodilla. Allí el fuego se apacigua por un rato hasta que en poco tiempo vuelve a emitir otra alarma, apareciendo otra fijación, «Me duele la garganta, ¿Estaré por morir de alguna enfermedad rara?».

Con esto les quiero decir: No sabemos escuchar el cuerpo, no consideramos la sabiduría de nuestro cerebro, no trabajamos en conjunto con el cerebro, y estos temas corresponden a Tauro, como Aries involucra la maestría de la mente, Tauro involucra la maestría del cuerpo. Y ambos signos son muy puros en su tratamiento sobre la mente y el cuerpo.

Estos tres cuerpos (mental, instintivo, emocional) también son llamados centros de consciencia, y en tanto tales no son diferentes a los chakras en su funcionamiento. Los hindúes dicen que cada chakra es un cerebro, una forma de percepción, de procesar, cada uno con una lógica distinta. Aquí no estamos hablando de siete centros como son los chakras, sino de tres, siendo el cerebro el más cercano a nuestros condicionamientos. Claro está que nuestros condicionamientos poseen una lógica que claramente no es coherente con la del cerebro, porque si tal fuera el caso habrían en nosotros pensamientos acabados y no pensamiento-yeguas en constante reproducción, comiéndose buena parte de nuestra energía vital. En definitiva, la lógica que le imponemos al cerebro no es afín a él, aunque sea cercana, menos afín será entonces al cuerpo emocional, y ni hablar de lo lejano que se encuentra del cuerpo instintivo. Si el cuerpo mental nos emite alarmas de las ecuaciones que no puede resolver, imaginen las alarmas que deberían provenir del cuerpo emocional e instintivo. Porque cuando el cuerpo instintivo se atasca emite una señal de alarma al emocional, y éste último al mental.

Otro aspecto del cerebro que es importante tener claro y se deduce de todo lo visto hasta ahora, es que no hacemos pensar al cerebro sino que el cerebro nos piensa, es decir, que no hablamos sino que somos hablados, «el habla nos habla» decía Heidegger. Creer que uno domina su pensamiento es una atribución un tanto arrogante y miope, es evidente que no lo dominamos. El trabajo espiritual y el trabajo interno siempre hablan de una búsqueda en dominar el pensamiento, pero es un recorrido con tantas trampas en el medio que es más probable que quien emprenda tal sendero termine más dominado por los pensamientos que cualquier otra persona que no emprenda dicha búsqueda. Entendiendo que en nuestro estado actual no dominamos el pensamiento, es importante advertir que es el cerebro quien nos interpela, nosotros no usamos el cerebro para procesar, el cerebro nos llama la atención a nosotros mientras estamos entretenidos mirando otro canal, generalmente en el canal del anhelo, o siempre haciendo una cosa por la otra, haciendo honor a nuestras virtudes metafísicas. Deberíamos tener la humildad suficiente para no creer que nosotros pensamos, sino que los pensamientos vienen a nosotros motivados por nuestro cerebro.

No motivamos nunca al cerebro a procesar, o lo hacemos muy poco, es el cerebro quien tiene la voluntad de concluir los procesos que se le han mandado realizar, no nosotros. Aquí estoy realizando una inversión muy fuerte en el discurso corriente de la espiritualidad. Se cree que la consciencia domina al cuerpo; yo estoy diciendo que es precisamente al revés, la consciencia desoye al cuerpo. Entiendo el significado profundo del cuerpo como enemigo de la consciencia, pero primero hay que conocer al enemigo para poder dominarlo, nosotros estamos varios pasos retrasados en lo que esto significa. No es posible dominar lo desconocido, y el cuerpo es el mayor desconocido. Esto que les digo es muy coherente, palpable y visible, sin embargo no resulta obvio. Es mucho más revesado para mi demostrarles a ustedes que nosotros somos los que pensamos, que nosotros tenemos la voluntad de acabar el pensamiento, que demostrarles lo contrario: El cerebro es quien quiere acabar los pensamientos.

Claro está que necesita de nuestra participación consciente, y ahí es cuando decimos que nos persiguen nuestros pensamientos una y otra vez. Que somos un disco rayado. Eso es nuestro cerebro pidiéndonos ayuda, diciéndonos: «No puedo procesar esto con las premisas que no estás dispuesto a soltar, con la lógica que no estás dispuesto a soltar no puedo acabar este ramillete de pensamientos». En esos momentos uno le impone al pensamiento ir de otra manera, y no puede y no puede... Un ejemplo sería, cuando uno realiza alguna forma de autoayuda, trabajo interno, filosofía, o simplemente lee algún libro inspirador, y se encuentra un gran insight respecto a la comprensión que se viene teniendo de las cosas, normalmente dice: «¡Ahora entendí, lo que tengo que hacer es esto que dice acá en el libro!». Pasa tantas veces, cuando identificas en un texto lo que está mal en vos, te cierra la forma en la que el autor resuelve ese mal estar y lo impones a tu cerebro. Sabemos que estos comportamientos no sirven de mucho, se aprende un montón, pero no acaba de ninguna manera al pensamiento.

Es importante saber leer lo que nos dice nuestro cuerpo, lo que significan las cosas. No tenemos buenos conceptos de las cosas, y sería interesante trabajar contribuyendo a definir conceptos claros y limpios que nos habiliten a un pensar diferente, no conceptos que nos enreden. Por ejemplo, hablando de la meditación y su relación con el sentido de la escucha. Somos enseñados que la meditación y el silencio se realizan sentándonos tranquilos y dejándonos fluir, pero no es así. El cerebro requiere que lo atendamos para entrar en armonía. Y esto es lo primero que deberíamos atender, nuestro cuerpo mental. La meta es que quede limpio y se convierta en una antena, que no esté atascado. Lo mismo se aplica para el cuerpo emocional, y para el cuerpo físico. Vivimos atascando el cuerpo, no lo dejamos expresarse, no lo oímos. El trabajo en Tauro es escuchar al cuerpo porque en el cuerpo hay algo de enorme importancia, un misterio increíble.


Ficciones. Edición Dispersa