Pazuzu

Cuando el Sultán me devolvió al mundo, yo ya no era el mismo. Había encontrado lo real en el sueño y el sueño en lo real. El sueño regía sobre la materialidad –un vago reflejo borroso donde las cosas sucedían al compás del sueño que le precedían. Así y todo no podía ser sino espectador en el sueño de la materialidad y actor en la realidad del sueño. Aprendí rápidamente a dominar las leyes del otro lado del velo y su incidencia en el sueño de lo real. Zisi reconcilió, pero todas las formas del sueño de lo real me parecían desconocidas, era otra vez un niño desamparado frente a un mundo nuevo. Las reglas del sueño de lo real eran obsoletas, y las de la realidad del sueño determinantes, pero no podía ver las reglas de la realidad del sueño en el sueño de lo real hasta que invoqué al poderoso rey de los vientos y las plagas Pazuzu.
El Portador del Alito Destructor, insufló en mi mente alterando sus conexiones y relaciones, su química, como ninguna droga pueda lograrlo jamás. Me arrojó al temible desierto del presente, desamparado y ciego entre feroces tormentas de arena. De una forma cruel me enseñó la sabiduría del río, a leer sus corrientes. Y allí pude encontrar, en las corrientes del río, las reglas de la realidad del sueño en el sueño de lo real.

Las corrientes del río se hicieron tan legibles para mi que podía escucharlas a todo momento, rigiendo sobre los mortales, rigiendo sobre las masas, atrayendo determinando futuros. Destruyendo y recreándolo todo según sus momentos y cauces. El lenguaje de los dioses dejó de ser un misterio para mi, por primera vez los pude oír en las cosas, en los hombres, en los movimientos de las aves, en el los acontecimientos del día a día. En las corrientes podía ver las relaciones de los hombres, sus peores miedos, sus mejores virtudes, en las corrientes podía verlo todo. No podía leer, no podía escuchar nada salvo las corrientes del río que todo lo atraviesa. Todo, absolutamente todo estaba determinado por el momento presente, y respondía a una corriente específica. Entendí la primera ley del mundo de retorno: las corrientes del río determinan la vida de los hombres, así abrí mi mente a escucharlas por sobre todas las cosas. Su guía, presente en cada instante y en toda la materia circundante.

Oh, Pazuzu, abre mi mente a la guía de los tiempos, enséñame el temple en los tiempos que no he de moverme y la acción en los tiempos prósperos. Has que mi boca calle o se mueva según los tiempos de sabiduría. Que mi oído escuche el río, que mis ojos discriminen sus corrientes y que mi paso sepa elegir el cauce correcto. Has de mi un tonto, invisible para las corrientes nefastas cuando se expresan entre los hombres. Has de mi un guerrero en las corrientes que surcan los mares trayendo comprensión al mundo. Hazme diestro en el uso de los tiempos, austero de caprichos y humilde de ambiciones. Que nada se interponga entre mi y la sabiduría de tu curso, río inevitable por el cual transitan tantas almas dormidas.

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