El Engarce de una Sabiduría Divina en un Verbo de Adán

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Del Libro: Los Engarces de las Sabidurías, de Ibn Arabi. Traducido por Andrés Guijarro.
Primer Engarce.

1. Dios quiso ver en Sus Más Bellos Nombres (cuyo número es incontable), sus esencias (o, si quieres, puedes decir «quiso ver Su Esencia»), en un ser que encerrara la realidad total, por estar cualificada por la existencia total, a fin de manifestar por él Su propio secreto a Sí mismo.

2. La visión que una cosa tiene de sí misma por sí misma no es comparable a la que ella tiene de sí misma en otra que le hace las veces de espejo, porque su visión tiene lugar entonces en la forma que le confiere el soporte de su mirada. Sin la existencia de este soporte, no podría ni manifestarse ni revelarse a ella misma.

3. Dios ha traído el mundo a la existencia, en su totalidad, como un esbozo armonioso, pero desprovisto de espíritu, semejante a un espejo no bruñido. Está en la naturaleza de la Orden divina no disponer nunca armoniosamente de un receptáculo si no es para acoger un espíritu divino, lo que es evocado por la idea de «insuflación» o «soplo». Esto no es otra cosa que el fruto de la predisposición inherente a esta forma así dispuesta, a fin de que la Efusión santísima de las determinaciones primordiales pueda recibir la manifestación divina permanente, que no ha cesado nunca y no cesará jamás. En efecto, no subsiste en realidad más que un receptáculo, y no hay receptáculo que no proceda de la Efusión santísima. La Orden manifestada en su totalidad forma parte de Él, en su comienzo y en su fin: Y a Él es conducida la Orden (Cor. 11,123) en su totalidad, del mismo modo que todo tiene en Él su origen.

4. La Orden implicaba el pulimento del espejo del mundo, y Adán es la esencia de la pureza transparente de este espejo, así como el espíritu de esta forma.

Reflexiones, párrafos 1 - 4

5. Los ángeles representan ciertas facultades de esta forma que es el Universo, y que los iniciados designan, en el lenguaje que les es propio, como el «macrocosmos». Los ángeles son para el Universo lo que las facultades espirituales y sensibles son para la constitución del hombre. Cada una está velada por ella misma y no ve nada mejor que su propia esencia. Cada una pretende ser digna de las posibilidades más elevadas, de los grados más sublimes al lado de Dios, por el hecho de que participa en la cualidad divina sintética por los diferentes aspectos que rige: el que se refiere a Dios, el que se refiere a la Verdad de las verdades y (en la condición de existencia que incluye estas cualificaciones) el que se refiere a la Naturaleza total que incluye el conjunto de los receptáculos del Universo, desde lo superior hasta lo inferior.

6. El intelecto no puede comprender todo esto por la vía de la especulación racional. Una comprensión de este tipo no se produce más que por medio de una intuición divina que permita conocer el origen de las formas del universo, que son los receptáculos de los espíritus que les rigen. 

7. Este ser que acabamos de mencionar lleva los nombres de «hombre» y de «representante (de Dios)». 
«Hombre» por la universalidad de su constitución, que incluye todas las verdades. Él es a Dios lo que la pupila es al ojo, que es el órgano de la visión. Como esta facultad es designada como «la vista», la pupila recibe en árabe el nombre de «hombre»: por él, Dios mira a las criaturas y lleva a cabo con ellas su Misericordia infinita.

8. Él es el hombre nuevo y eterno, el generado sin principio ni fin, el Verbo que separa y que une. 

9. El mundo ha sido acabado por su ser, que forma parte de él del mismo modo en que el engarce forma parte del anillo. Él es el grabado y el signo en el sello que el rey pone sobre sus tesoros. El Altísimo le ha llamado «representante» (en árabe jalîfa, «califa») por esta razón. Preserva para él Sus criaturas, como el sello preserva los tesoros. En tanto que el sello del Rey esté puesto, nadie tendrá la audacia de abrir Sus cofres sin Su permiso. Lo ha encargado de la guarda del Reino. El mundo no dejará de estar guardado mientras el Hombre Perfecto viva allí. 

10. ¿No lo ves? Cuando desaparezca, cuando el sello sea roto en el cofre de este mundo, lo que Dios atesora en él no permanecerá allí más y saldrá de él. Cada parte recogerá la que le corresponda, la Orden manifestada se transportará a la Próxima Existencia. El representante de Dios será entonces el Sello de los tesoros de esta Próxima Existencia, su Sello para siempre. 

11. El conjunto de los Nombres unidos a las formas divinas se manifiesta en la condición humana que engloba y que une por medio de este ser adánico. Gracias a él, Dios Altísimo lo ha defendido en Su argumentación contra los ángeles. ¡Cuidado, porque es a ti a quien Él amonesta con el ejemplo de otro! Considera el origen de su derrota: los ángeles han perdido de vista la constitución privilegiada de este representante de Dios, así como la adoración esencial requerida por la Divinidad divina, porque nadie puede conocer de Dios más que lo que le confiere su propia esencia, y los ángeles no poseían la cualidad sintética de Adán. Perdieron de vista que los Nombres divinos, por medio de los cuales celebraban la trascendencia y la santidad divinas, les eran particulares, desconociendo que Dios posee Nombres que no habían sido conseguidos por medio de la ciencia, de modo que no podían celebrar Su trascendencia y Su santidad de la misma manera que Adán. Dominados por las limitaciones que hemos mencionado, bajo la influencia de su estado y de su propia condición, dijeron: «¿Vas a establecer allí (en la Tierra) a alguien que siembre la corrupción?», aludiendo de este modo únicamente a la oposición que implicaba la naturaleza de Adán, cuando eran ellos mismos quienes la manifestaban. Su acusación contra Adán se aplicaba a su propia actitud con respecto a Dios. Era su naturaleza quien se lo inducía sin que ellos tuvieran conciencia de ello. Si se hubieran conocido a sí mismos, lo habrían sabido, y si lo hubieran sabido, habrían sido preservados. Añadieron la pretensión a la difamación, evocando su propia manera de celebrar la trascendencia y la santidad, cuando había en la constitución de Adán Nombres divinos que ellos ignoraban, de modo que no podían rivalizar con él en esta celebración.

12. Dicho esto, volvamos a la Sabiduría. Has de saber que las Ideas universales están desprovistas de realidad propia, pero, sin embargo, pueden, sin duda alguna, ser concebidas y conocidas en el dominio mental. Ellas permanecen siempre interiores con relación a la existencia determinada, ejerciendo su poder y su efecto sobre todo aquello de lo que forman parte. Más bien, no son otra cosa sino las cualificaciones de esta existencia. No dejan de ser inteligibles por ellas mismas: son «exteriores» desde el punto de vista de las determinaciones existenciales, e «interiores» bajo el aspecto de su inteligibilidad. 

13. Toda cualificación de la existencia determinada depende de las Ideas universales, que no pueden ni ser separadas del intelecto, ni dejar de ser inteligibles debido a su actualización en modo determinado. Poco importa que esta cualificación sea sometida o no a la condición temporal porque, en los dos casos, su relación con la Idea universal es la misma. Por otra parte, esta se halla regida a su vez por las cualificaciones de la existencia determinada, según lo que requieren las realidades correspondientes. Por ejemplo, la ciencia en relación con el sabio o la vida en su relación con el viviente. La vida es una realidad inteligible y la ciencia es otra, distinta de la vida, de igual modo que la vida es distinta de ella. Ahora bien, decimos del Altísimo que Él posee ciencia y vida, y que es «el Viviente, el Inifinitamente Sabio», y decimos exactamente lo mismo del ángel y del hombre, es decir, que están vivos y que son sabios. Las nociones de ciencia y de vida permanecen idénticas en todos los casos, de igual modo que la relación de la primera con el sabio y de la segunda con el viviente. Sin embargo, decimos de la Ciencia de Dios que es eterna y de la ciencia del hombre que es efímera. ¡Considera ese poder de la atribución sobre la realidad inteligible! ¡Considera esta conexión entre los principios inteligibles y las cualificaciones de la existencia determinada! Por una parte, la ciencia rige a aquel al que se refiere y lo hace sabio. Por otra parte, este rige la ciencia haciéndola efímera en el caso de un ser efímero, y eterno en el caso de un ser eterno. Cada uno es, pues, a la vez, «regente» y «regido». 

14. Es bien sabido que, a pesar de su inteligibilidad, las Ideas universales están desprovistas de realidad propia y que no existen más que por su función atributiva. Son regidas por los seres determinados a los que se aplica, sin estar sometidas por ello a la separación y a la divisibilidad, lo que les sería imposible. Su esencia está presente en todo ser al que ellas cualifican. Por ejemplo, la cualidad humana esta presente en toda persona que forma parte del género humano sin estar ni dividida ni sometida al número, porque ella concierne a una pluralidad de personas, y sin dejar tampoco de ser inteligible. 

15. Si se puede afirmar así una conexión entre lo que está provisto de realidad determinada y lo que está desprovisto de ella —puesto que se trata de relaciones puramente conceptuales—, con mayor motivo se podrá concebir de ahí una relación entre seres que están provistos de ella, puesto que hay siempre entre ellos un elemento común —que es la realidad determinada—, ausente en el primer caso. Si existe la conexión en ausencia de elemento común, será más fuerte y más verdadera cuando existe este elemento. Ahora bien, es indudable que el ser efímero es un ser «producido» que, por el hecho de ser contingente, está bajo la dependencia de un ser «productor». Su realidad viene de otro que no es él, al cual está ligado por su dependencia. En cambio, la realidad de Aquel del que depende no puede ser más que necesaria, porque le es esencial. Él Se basta a Sí mismo en Su Realidad y no está sujeto a nadie. Es, más bien, Él quien, por su Esencia, confiere la realidad a este ser efímero que tiene en Él su origen. Como Él implica este ser por Su Esencia, este es necesario para Él. Como, por otra parte, su dependencia respecto a Aquel del que procede su manifestación es debida también a Su Esencia, esta dependencia implica que sea según Su Forma en todo lo que le es atribuido, bien se trate de un nombre o de un atributo. La excepción, sin embargo, es la necesidad esencial, que es incompatible con el ser efímero. Aunque este sea necesario, no lo es por sí mismo, sin por otro que él. 

16. Puesto que esto es así, puesto que, como acabamos de decir, el ser efímero es manifestado según Su Forma, has de saber también que el Altísimo nos ha invitado, para lograr la ciencia en Su aspecto, a contemplar este ser. Él ha mencionado, en efecto, que nos había hecho ver Sus Signos en nosotros mismos, de suerte que busquemos en nosotros mismos las indicaciones que Le conciernen. Las cualificaciones que Le otorgamos no son otras que nosotros mismos, con excepción del privilegio de la necesidad esencial. Como la ciencia que tenemos de Él es obtenida por nosotros y a partir de nosotros, somos nosotros los que Le atribuimos todo aquello que nos atribuimos a nosotros mismos. 

17. De esta forma es como nos llegan los Mensajes divinos comunicados por boca de los intérpretes (es decir, los Profetas y Enviados). Dios se describe para nosotros por nosotros. Cuando lo contemplamos, nos contemplamos a nosotros mismos, y cuando Él nos contempla, se contempla a Sí mismo.

18. Sin embargo, no dudamos de que nosotros somos numerosos, en tanto que individuos y en tanto que modelos. Sabemos muy bien que, a pesar de nuestra pertenencia a una realidad que nos une, existe un factor de separación que vuelve a los individuos distintos unos de otros sin el que, por lo demás, no había multiplicidad en la unidad. Del mismo modo, aunque Él nos atribuye las cualificaciones que Él Se da a Sí mismo bajo todos los aspectos, existe necesariamente un factor de separación que no es otro que la necesidad que nosotros tenemos de Él en el seno de la realidad actual. Nuestra existencia depende de Él a causa de nuestra contingencia, mientras que Él es libre de toda necesidad comparable a la nuestra: la eternidad Le pertenece, así como la primordialidad, que no hay que confundir con ese comienzo que define el principio de la existencia a partir de un estado de no-manifestación. 

19. Aunque él sea el Primero, no se Le puede atribuir ningún comienzo. Por eso es por lo que se dice también de Él que es Último. Si Su comienzo fuera el que marca la existencia de un condicionamiento, no podría ser el Último respecto a la realidad condicionada, porque no hay «último» en el dominio de la contingencia; los seres contingentes son una multitud indefinida que no puede tener fin. Es, pues, «último» únicamente por el hecho de que toda la realidad retorna a Él después de habernos sido atribuida: Él es el Ultimo en aquello que es la esencia de Su cualidad de Primero, y Él es el Primero en aquello que es la esencia de Su cualidad de Último. 

20. Has de saber igualmente que Dios es descrito como Exterior e Interior. De ahí, Él ha dado la existencia al mundo como algo oculto y manifiesto, a fin de que comprendamos «el interior» por nuestro aspecto oculto y «el Exterior» por nuestro aspecto manifiesto. Se ha cualificado a Sí mismo también por la Satisfacción y la Cólera. Por eso ha traído el mundo a la existencia dotado de temor y esperanza: el temor de Su Cólera y la esperanza de Su satisfacción. Se ha descrito incluso como Bello y dotado de Majestad; por eso nos ha traído a la existencia en el temor referencial y a la vez en la intimidad familiar. Y lo mismo sirve para todo lo que el Altísimo se ha atribuido y por lo que Él se ha designado. Estas cualificaciones complementarias están representadas por las dos Manos tendidas por Él a la vista de la creación del Hombre Perfecto, porque este reúne tanto las realidades universales del mundo como sus elementos. 

21. El mundo es lo manifestado y el representante es el misterio oculto. Por eso el soberano permanece invisible y Dios Se describe como oculto por los «velos de sombra», que son los cuerpos físicos, «y de luz», que son los espíritus sutiles. El mundo está compuesto de estos dos aspectos; tiene en sí mismo su propio velo y no puede comprender a Dios como él se comprende a sí mismo. Permanece oculto para siempre, aunque sabe que es distinto de su Existenciador por el hecho de su dependencia. No tiene parte alguna en la necesidad esencial que es propia en la Realidad de Dios y no podrá nunca comprenderlo. Esta verdad esencial hace a Dios incognoscible para siempre para la «degustación espiritual» y la contemplación directa; lo efímero no puede acceder allí.

22. Dios ha juntado Sus dos Manos para la creación de Adán únicamente con el fin de mostrar su excelencia; por eso ha dicho a Iblis (Satán): ¿Qué es lo que te impide prosternarte delante del que yo he creado con Mis dos Manos? (Cor. 38,75). Con esta expresión no designaba sino la reunión de las dos formas: la forma del mundo y la Forma de Dios, que son la dos Manos de Dios. Iblis es un elemento del mundo y no posee esta cualificación sintética. 

23. Por eso Adán es Representante de Dios. Si no hubiera sigo manifestado en la Forma de Aquél que lo ha encargado e investido, no habría sido Representante. Si no hubiera tenido en él todo lo que buscan los súbditos —porque es de él de quienes ellos dependen, de tal suerte que debe satisfacer necesariamente todas sus necesidades—, no habría sido establecido sobre ellos como Representante de Dios. Solo el Hombre Perfecto es digno de esta función, porque el Altísimo ha construido su forma exterior a partir de las realidades esenciales del mundo y a partir de sus formas, y su forma interior según Su propia Forma. Por eso ha dicho a este respecto: «Yo soy su oído y su vista»; no ha dicho: «Yo soy su ojo y su oído». Él ha distinguido las dos formas. Por lo demás, es así para todo existente que forma parte del mundo, en la medida de aquel que requiere la esencia particular de este ser. No obstante, nadie posee la reunión sintética de lo que pertenece al Representante: es por la síntesis por la que él la toma. 

24. Si Dios no fuera omnipresente en los seres traídos a la existencia, por medio de la Forma total, el mundo no tendría ninguna realidad. De igual modo que, sin esas realidades intangibles y universales que hemos mencionado antes, ninguna función atributiva podría manifestarse en las cualificaciones de la existencia determinada. Esa es la verdad que explica la dependencia del mundo respecto a Dios, en su realidad. 

25. El todo es dependiente. Nada puede ser suficiente. 
Esa es la verdad que decimos sin rodeos.
Si tú mencionas un «Ser que se basta a Sí Mismo», [sin ninguna dependencia, significa que conoces muy bien a Aquel del que hablamos.]
El todo está unido al Todo; ninguna separación es posible. ¡Haced vuestro lo que os he contado!

26. Tú conoces ahora la sabiduría de la constitución de Adán, es decir, de su forma Exterior. Conoces la constitución del espíritu de Adán, es decir, de su forma interior, porque es Dios-criatura. Conoces la constitución de su rango, que es la «reunión sintética» que lo hace digno de ser el Representante de Dios. 

27. Dios es el «alma única» a partir de la cual el género humano ha sido creado, según la Palabra del Altísimo: Hombres, temed a vuestro Señor que os ha creado a partir de un alma única, que ha creado de ella a su esposa, y que ha producido a partir de esta pareja una multitud de hombres y mujeres (Cor. 4,1). Su frase «temed a vuestro Señor» significa «haced de vuestro exterior una salvaguardia para vuestro Señor y de vuestro interior, que es vuestro Señor mismo, una salvaguarda para vosotros, porque la Orden comporta censura y alabanza. Sed Su salvaguarda para la censura y haced de Él vuestra Salvaguarda para la alabanza, seréis así de aquellos que respetan las conveniencias espirituales y poseen ciencia verdadera.»

28. Después, el Altísimo le ha mostrado lo que Él le había confiado, y que Él había colocado en Sus dos Manos cerradas: en la una tenía el mundo, y en la otra, a Adán y a su descendencia. Ha mostrado detalladamente los rangos que ocupan en él. 

29. Cuando Dios me mostró, en mi secreto, lo que Él había confiado a este guía, el engendrador supremo, transcribí en este libro la parte de la que Él me ha trazado los límites, no aquella de la que yo he tenido conocimiento, porque aquella ningún libro, ni el mundo presente, podría contenerlos. 

30. Entre lo que yo he contemplado y transcrito en este libro en los límites que había trazado para mí el Enviado de Dios hay una sabiduría divina en un Verbo de Adán, y que es el presente capítulo, una sabiduría del hálito de encantamiento en un Verbo de Set, una sabiduría trascendente en un verbo de Noé, una sabiduría santísima en un Verbo de Enoc, una sabiduría loca de amor en un Verbo de Abraham, una sabiduría de Verdad en un Verbo de Isaac, una sabiduría sublime en un Verbo de Ismael, una sabiduría espiritual en un Verbo de Jacob, una sabiduría luminosa en un Verbo de José, una sabiduría de unidad en un Verbo de Hûd, una sabiduría de iluminaciones en un Verbo de Sâlih, una sabiduría del corazón en un Verbo de Jetro, una sabiduría de la fuerza intensa en un Verbo de Lot, una sabiduría de asignación existencial en un Verbo de Esdras, una sabiduría profética en un Verbo de Jesús, una sabiduría infinitamente misericordiosa en un Verbo de Salomón, una sabiduría de la realidad en un Verbo de David, una sabiduría del alma en un Verbo de Jonas, una sabiduría secreta en un Verbo de Job, una sabiduría majestuosa en un Verbo de Juan el Bautista, una sabiduría real en un Verbo de Zacarías, una sabiduría íntima en un Verbo de Elías, una sabiduría de la realización perfecta de un Verbo de Luqmân, una sabiduría de la dirección en un Verbo de Aarón, una sabiduría de eminencia en un Verbo de Moisés, una sabiduría del sostenimiento universal en un Verbo de Jâlid, y una sabiduría incomparable en un Verbo de Muhammad.

31. El engarce de toda sabiduría es el Verbo al cual ella corresponde. Yo me he limitado, en todo lo que he mencionado sobre el tema de estas sabidurías en este libro, en el límite fijado en la Madre del Libro. He obedecido a lo que se me ha prescrito, he respetado los límites que se me han fijado. Si hubiera deseado añadir algo, no habría podido, porque la Presencia Divina me lo habría impedido. 

Y Dios otorga el éxito. No hay otro Señor que Él.

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