Kutulu

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De cuando Adriano visitó al Durmiente:
En el cuerpo hecho con la carne de Madre Tiamat viajé lejos, muy lejos. El sendero profundo fue despojándome las pertenencias, llegué hasta el Durmiente hambriento y agotado. Sin nada para ofrendar salvo mi vida que hube de entregarla, mi preciada vida, con la esperanza de que el Durmiente despierte de su sueño y se apiade de mi alma. Regresar nunca fue una opción, y eso lo supe al llegar allí… ¡oh, que inocente fui!
Kutulu nunca vino, en cambio me guío en sus sueños hacia él -hasta que sea su tiempo no puede atravesar el pórtico hacia la realidad. Espero no estar aquí cuando eso suceda, vengará a la Madre con la sangre de los hombres. Cuando Kutulu se eleve nada podrá hacerse y en el mundo humano reinará el horror… muy pocos se darán cuenta de ello.
Entré en su sueño con una vaga idea de redención, el muerto encarnado se resistía provocándome todo tipo de dolores mientras atravesaba el largo pasillo hasta sus sueños más profundos. Comprendí que ninguna criatura de sano instinto se entrega dócil a la muerte: resiste, grita, llora, pelea impotente contra lo inevitable. 
Sólo vi horror, todos los pecados de la humanidad en mis entrañas, en mi consciencia, todo el mal infligido sobre los hombres por los hombres. Mi ego era el contenedor de cualquier horror alguna vez concebido en las mentes más creativas, renuncié a él y fuera de su cárcel las cosas no mejoraron: un desierto inhabitado de almas, un vacío aún peor que el del ego: un hueco, y en una esquina los ojos de Kutulu que, absorbentes, retiraron de un tirón toda esperanza sobre mi vida. 
Vi el nacimiento de la moral, engendrada en la maraña infernal como reacción al miedo humano, fundada en su propósito para desterrar al hombre o al horror, según sea el caso ya que a ninguno puede eliminar. Lo que relato es una porción de lo que el Durmiente guarda en sus profundidades, esperando al mago audaz que entre en sus sueños para compartir su mundo de humanidad despedazada y moral torcida. Allí no hay reglas, sólo instinto de matar, rastrojos de hombres alimentándose unos de otros, allí el hambre nunca acaba, nunca es saciada la sed, nada se digiere en el hueco hambriento donde mora Kutulu. 
A.—¡Kutulu, apiádate de mi vida, cuida mi alma, no me mates! ¡Púrgame del karma humano, libera este pesar, no lo puedo resistir, el dolor me aliena y me convierte en algo que no soy capaz de reconocer! ¡Devuélveme los velos, no quiero ver! ¡Oh, cruel realidad aterradora vete ya! 
Sabía que mis gritos no iban a ser atendidos entre el bullicio de lamentos ensordecedores de rastrojos siendo devorados. Mi cuerpo, exhausto, finalmente se entregó para ser despedazado una y otra vez, el dolor no apagaba mi conciencia… lo deseaba fervientemente. 
A.—¡Oh, Azagthoth sírveme de tu ceguera para no ver! ¿Qué es esto que he llamado a mis entrañas? Me duele el alma como nunca… 
Así fue que morí, una parte se entregó al terror, otra seguía resistiéndose hasta apagarse lentamente quedando sólo una débil voluntad de entrega… Así fue que morí, aunque la consciencia siguiera allí, observando, con pureza inactiva. Llegado el fin, cesó todo el horror y también mi impulso vital. No había cualidad, no había energía. Yacía como una piedra despojada de propósito, inadvertida para otro ser visible o invisible, aislada y muerta sobre un mundo de silencio testigo e indiferente. Me cobijé en el instante, esa eternidad. Ninguna emoción humana, ningún movimiento, todo era silencio, todo era hueco. Esperé a la muerte, muerto yo pero soñando. Una voz de otro mundo se oyó: 
—¡Esto es lo que eres! 
No hubo reacción de ningún tipo por parte de la nada en la que me encontraba transformado. Luego algo empezó a operar, como un órgano que empieza a latir dentro de la carne muerta, abriendo un portal invisible en la cosa informe que yo era. Por allí entró un Antiguo, ninguna reacción había en mí, mi estado era absolutamente apático, sin vida, sin impulsos. Era condenado a ser testigo de algo horroroso, aunque yo no sentía horror. Todo mi ser era el útero a través del cual un Antiguo estaba ingresando al mundo. Fui partera y útero de algo que asomó desde las estrellas, observando a través mío el mundo en el que me encontraba. Así fue que comenzaron sensaciones totalmente nuevas, definitivamente no humanas. 
El Observador atravesó mi carne, el observador contenía la energía de Kutulu, develándose otra dimensión de mi mismo, a la vez que mi creador, a la vez que mi padre, a la vez que mi hijo. Se reveló como el espíritu inmortal, pero no podía sentir lo que sienten los hombres ante semejante experiencia. No me importaba nada, ni yo, ni mi espíritu, ni mi alma, estaba completamente muerto para todos mis centros y sentidos. Lo sentí mirando a través de mis ojos, sentí su soledad… o tal vez era la mía, imposible diferenciar. En el Sendero se atraviesan muchos estados de soledad, ninguno es igual a otro, ninguno posee la misma intensidad. Este superaba a todos, los incluía a todos e iba aun más allá. Dicha emoción no era humana, tampoco era emoción, soledad que ni siquiera el cese vital puede detener. Pude sentir el estado del inmortal cuando asoma la cabeza al plano de esta materia humana. No sé por qué razón, podía leer su mente y él la mía, y así transferirnos comprensión. Pude entender que en su propio plano no existía sensación semejante, pero su propio plano no es este plano, y hay un verdadero abismo entre un plano y el otro que el Sacerdote con sus esfuerzos ha sabido aprender a cruzar. Sobre la visión del espíritu a través de mis ojos, dejando su percepción grabada en mis retinas nada puedo decir, porque no es una visión de este mundo y tampoco contempla al mundo como un humano.
Luego de ello el Inmortal me abandonó dejando algo de él en mí, llevándose algo de mí con él: la consideración por todas las formas que hasta ahora había conocido y a las que me había habituado. Habiendo comprendido su pasado, presente y futuro nació en mí llorarlo, sufrirlo… el Inmortal tuvo piedad de mí y no me mató, pero nunca pude volver a ser el que era antes de entrar en su sueño. 
El Observador ha concluido su maduración, ahora mi vida depende de él, está al servicio de él. Recordé el Atalaya de agua, pero no son los mismos lugares. Hube de perder toda esperanza, toda libertad anteriormente concebida. Kutulu me devolvió al mundo con los ojos abiertos y dónde habían pensamientos hay ahora un silencio sepulcral, templo del Inmortal que quedó conmigo. 

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